02 de abril del 19

02/04/2019 § Deja un comentario

EL MONJE

Una tarde lluviosa, estando de paseo por Barcelona, entré en cierta librería de lance que me sirvió, a la vez, de distracción y de cobijo. En mi búsqueda sin urgencias por los anaqueles, mientras esperaba que cesase la lluvia, encontré uno de los quince volúmenes de la importante obra de William Klocck, escrita en Londres el año 1769, «An inquiry into the importance os sources odf the mediaeval history», más concretamente el volumen noveno, es decir, el que debajo del título indica: «9th part. The legends». Al pasar las hojas desde la portada al índice, saltó varias veces la palabra Formentera. Por eso, aun consciente de mi defientísimo inglés, compré el libro.

Media hora después, una vez acomodado en mi cuarto del Hotel, con la necesaria ayuda de un diccionario adquirido al tiempo que el volumen de klock, traduje la leyenda. Contaba ésta de cierto monasterio en Formentera, y de las raras circunstancias en que hubo de abandonarse, después de una saerie de sucesos que acontecieron tras la muerte de dos hombres, el segundo de ellos -el segundo en morir, si es que murió- un monje. La verdad es que el viejo monasterio por entonces ya había decaído en importancia, pues solamente acogía a a seis profesos. Por lo escrito se sabe que, siendo imposible señalar distinción jerárquica entre ellos, los seis habían optado por gobernarse mediante esa funesta forma que en política llaman democracia. “De ahí digo yo que nacería el decaimiento de sus costumbres.) Está claro que, con o sin el desgraciado fin del monje Guiu, y la subsecuente persecución de sus otros compañeros, el candente monasterio probablemente habría sido abandonado de todos modos, pues ya es síntoma degenerativo aplastar la pirámide natural de las subordinaciones con el artificio del sufragio.

En aquellos años (parece ser que la narración indica que los hechos sucedieron alrededor de 1340 de la Encarnación, aunque eso no es seguro porque el libro tiene unas páginas deterioradas, y la fecha se lee con notoria dificultad), Formentera mantenía pocos habitantes, solamente dos centenares; y eso barajados los cristianos y los árabes que habían permanecido tras la conquista de la isla por el rey de Aragón. No debemos olvidar que estos monasterios solían erigirse en lugares solitarios pues las comunidades se decían, con forzada paradoja, ansiosas de las comodidades del desierto.

Cerca del monasterio -demasiadocerca para cumplir las apetencias que señala el voluntariopropósito de solitud con anterioridad expresado- habitaba un matrimonio anciano al que la providencia había concedido tardíamente una hija. Y ésta, según dice la leyenda, era tan joven como atractiva (*). En nuestro monje se fueron acumulando deseos que a nadie relataba; no podía hacerlo a su superior porque no lo había; no cabía que se descargase de tales  concupiascencias aconsejándose de sus hermanos de religión, porque temía sus burlas. De forma que buscó en la oración y en las disciplinas la ayuda que mejor le hubiera otorgado la confesión. ¡Cuántas veces, asomado a la mar en el extremo oriental de la isla, la Punta d’es Garbaions -donde se solía retiraer ebn busca de trasnquilidad-, prometió a Dios vencer sus inclinaciones! Pero ni los sacrificios físicos ni los rezos lograron el efecto mitigador que el desdichado Guiu precisaba. Sus deseos crecían cada vez que la inocente moza acudía desde el aljibe al monasterio para llevar la diaria provisión de agua, o cada vez que la oía cantar a lo lejos, entonces desmayaba en sus propósitos devotos, desajustaba su continencia, y se le desmoronaban los argumentos de castidad.

(*) Traducido literalmente: «venusta como súcubo, bella en demasía para mujer»

No obstante, mal que bien, fue resistiendo el atribulado monje sus amorosos impulsos, hasta que supo que se había concertado el matrimonio de la joven campesina con un pescador de es Carnatge que vivía en la parte baja de la isla, en es Caló de Sant Agustí (*). Sintió entonces tales celos que, apenas supo el nombre del prometido, decidió darle muerte. Y un anochecer, en un recodo del labrado camino que rodeando el acantilado de sa Cala sube desde es Pou d’es Verro hasta la Mola, le machacó la cabeza con un garrote. Tras la fechoría, creció en él el deseo; el crimen le había estimulado, le había servido de excitante, de malsanio catalizador amoroso (Klock emplea en el texto palabras tales como erogenous y love-sickness); y corriendo, rijoso, chorreándole las barbas, acudió a la ventana del cuarto de su amada para acecharla en el lecho, pues todo en él solicitaba declarala sus intentos, ya degradado a deshonesto esfuerzo.

(*) Conservado el nombre completo hasta hace muy poco tiempo, hoy día sólo se llama, quizás por no hacer gasto, es Caló. Lo de San Agustín, por otra parte, alude al santo titular de la orden monástica del cenobio que esta leyenda cita.

Cuando se acercó al reducido hueco, e introdujo por él la cabeza, sintió repentinamente una gran rigides en sus brazos y en sus piernas; asustado, quiso apartarse, más ya no pudo. Alcanzó a dar un grito que casi pareció un maullido, con lo que despertó la doncella dormida en su intimidad.

Estupefacta, pudo ver la moza cómo, ante su ventana, el infeliz Guiu, tartamudo de movimientos, se iba convirtiendo lentamente en un leño; sus brazos se extendían como ramas, su cuerpo se asemejaba cada vez más a un tronco, y sus piernas se introducían en la tierra como raíces.

Klock termina indicando que nunca fue posible arrancar el árbol ni cortarlo; así era de duro. Tampoco consiguieron quemarlo, aunque repitieron el intento varias veces: parecía incombustible. Los otros cinco monjes, agreduidos por los amigos del asesinado, y amenazados de ataúdes, tuvieron que huir a Ibiza. La casa de la joven fue abandonada, y nadie quiso ya utilizarla ni siquiera como corral o porqueriza.

***

Uno no afirma ni niega nada. Pero en la Mola, cerca de los escasos restos de es Monestir d’es Frares,hay todavía una viej´ñisima construcción; y delante de una de sus ventanas existe una gruesa sabina seca, gris, muchas veces centenaria, retorcida, que tiene toda la apariencia de un hombre que se asomara al hueco. El tronco muestra marcas de hachazos inconclusos, y señas de intentos de combustión.

Capítulo I: La estatuilla.
Capítulo II: El adiós
Capítulo III: La promesa.
Capítulo IV: Las hermanas.
Capítulo V: La cabeza.
Capítulo VI: El príncipe.
Capítulo VII: El monje

Leyendas de Formentera por José Luis Gordillo Courcières.

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